Hay una verdad incómoda en ventas que pocos quieren mirar de frente:
la mayoría de las veces, no te dicen que no a ti… sino a la versión dudosa de ti mismo que estás proyectando.
Cuando enfrentas a un cliente, no solo estás vendiendo un producto o servicio. Estás vendiendo tu convicción. Tu energía. Tu seguridad. Y si tú no estás convencido de lo que ofreces, el cliente lo percibe antes de que abras la boca.
¿Te ha pasado que haces una presentación impecable, respondes todas las objeciones, incluso haces un buen cierre… y aún así no te compran?
La razón puede no estar en tu técnica, sino en tu postura interna. Si tú no te compraste primero, el cliente no tiene por qué hacerlo.
Comprarte a ti mismo significa:
- Estar 100 % claro del valor que entregas.
- Creer profundamente que tu solución mejora vidas, procesos o resultados.
- Estar tan alineado con lo que vendes que, si tú fueras el cliente, lo pagarías sin dudar.
Porque se nota. Se nota cuando hablas con entusiasmo genuino. Se nota cuando respondes con certeza y no desde el miedo a perder la venta. Se nota cuando transmites confianza y no ansiedad.
Y aquí va un recordatorio brutal:
El cliente no te va a comprar para convencerse. Te compra porque tú ya estás convencido.
Así que antes de pulir tu pitch, mejorar tus presentaciones o entrenar cierres… detente. Mírate al espejo y hazte una sola pregunta:
¿Yo me compraría a mí mismo hoy?
Si la respuesta no es un “¡por supuesto!”, empieza por ahí. Porque las ventas no comienzan en el mercado. Empiezan en tu mente.